miércoles, 5 de agosto de 2009

Miércoles de Scorsese #02: Educación a la Roger Corman


“The best post-graduate training you could get in America at that time was to work for Roger Corman.”
-Martin Scorsese

A pesar del buen recibimiento que Quién llama a mi puerta (1967), Scorsese tuvo problemas para dar seguimiento a su carrera como director de cine. En 1968 fue despedido del rodaje de The Honeymoon Killers (Leonard Kastle, 1970), por empecinarse en preservar su “vision artística” sobre las necesidades practicas de la película. Posiblemente su visión cambió después de un tiempo de trabajos como editor en películas de conciertos –como Woodstock (Michael Wadleigh, 1970)- o asistir a John Cassavetes en audio, porque felizmente aceptó su siguiente oferta para drigir. Ésta vino por parte de Roger Corman, el legendario productor de cine de bajo presupuesto, especializado en los géneros de explotación.


La película era básicamente un intento por capitalizar en el inesperado éxito de Bonnie & Clyde (Arthur Penn, 1967), que generó toda una serie de clones de bajo presupuesto, que buscaban explotar la violencia, la glorificación del antihéroe, el glamour y erotismo de sus protagonistas, ubicadas en la época de los gángsters. En este caso se trata de El Tren de Bertha (1972), una adaptación muy libre de la autobiografía de Bertha Thompson. La cinta está ubicada en el sur de los Estados Unidos, en tiempos de La Gran Depresión.

Al inicio de la historia, Bertha (Barbara Hershey) pierde a su papá gracias al abuso de un patrón explotador, tras lo cual se vuelve amante de Big Bill Shelly (David Carradine), un sindicalista rebelde. Después de escapar de prisión, Shelly y su amigo, el afroamericano Von Morton (Bernie Casey), se reúnen con Bertha y su nuevo amigo, el apostador neoyorkino Rake Brown (Barry Primus). Obligados por las circunstancias, se vuelven forajidos dedicados a robar el dinero de la empresa ferrocarrilera (enemiga de los sindicalistas).


Los villanos son los empresarios y los policías, a los que la cinta presenta como explotadores, conservadores y racistas. Las correrías de Bertha y su grupo terminan con un fallido asalto a H. Bruckman Sartorio (John Carradine), dueño de la empresa ferrocarrilera. Con sus amigos enviados a prisión, Bertha se vuelve prostituta, hasta que undía reencuentra a Morton, quien le dice que Shelly escapó de la cárcel, y la lleva a verlo a su escondite en el bosque. Ahí son sorprendidos por la policía, que captura a Shelly y literalmente lo crucifica en uno de los vagones del tren. Morton aparece para aniquilar a todos los policías en una espectacular balacera, tras lo cual el tren se lleva el cuerpo de Shelly, con Bertha corriendo a su lado, incapaz de alcanzarlo.


La historia no es muy sofisticada, y es más que nada un pretexto para generar situaciones violentas y desnudez discreta (Scorsese recuerda que Corman le autorizó cambiar el guión tanto como el quisiera, siempre y cuando mantuviera algo de desnudez cada quince páginas). Y aunque en ésta podemos apreciar alguno elementos recurrentes en la obra de Scorsese (el hombre celoso con su pareja, los ladrones como figuras empáticas, el uso de simbolismo religioso), la cinta no se detiene a explorarlos.

Lo que la cinta no nos ofrece en cuanto a riqueza de contenido, nos lo da con la oportunidad de ver a Scorsese encontrando su estilo como cineasta. Trabajando por primera vez en una producción profesional –si bien de bajo presupuesto- Scorsese tiene mucha más libertad para diseñar sus tomas y el montaje de la película (él mismo declara haber ilustrado storyboards para toda la película). Las tomas expresivas, y las escenas bien montadas con una gran variedad de ángulos resaltan en comparación al nivel de una producción promedio de Roger Corman. De hecho, al ver esta película sorprende saber que lo corrieron de The Honeymoon Killers porque quería filmar caso todas las escenas con puros másters.


Otra cosa que por fin tuvo la oportunidad de explorar, y que le serviría ampliamente en el futuro, es el uso de la violencia cinematográfica. En el comentario que grabó para la edición en DVD de Quién llama a la puerta, Scorsese comenta que no supo como expresar la violencia que él consideraba parte de la vida cotidiana en su barrio (cosa que lograría con Calles Peligrosas en 1973). Indudablemente esta fue la película que le enseñó a hacerlo. Particularmente notoria es la balacera final, en la que una edición frenética y puntos de vista de la cámara muy originales le dieron un dinamismo poco común para la época, con una clara influencia de Sam Peckinpah.

A final de cuentas, esta película está muy lejos de ser un clásico, pero es una cinta que, por su buena manufactura, supera por mucho el nivel promedio de una producción de Corman. También es una oportunidad de ver la maduración de Scorsese como cineasta, quien evidentemente dio buen uso a lo que aprendió rodándola, como veremos la próxima semana.






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